En una atractiva construcción diseñada por el artista Edgardo Giménez, la flamante residencia Neptuna ofrece a los artistas latinoamericanos una suerte de retiro en José Ignacio.
Por Mercedes Ezquiaga
La flamante residencia Neptuna, creada por la coleccionista Amalia Amoedo en Punta del Este, ofrece a los artistas latinoamericanos una suerte de retiro en José Ignacio que a veces se impregna en las obras creadas y otras, habilita un clima ideal de trabajo, al igual que otras residencias como la de Sao José do Vale do Río Preto, en una histórica hacienda cafetera en Brasil, donde estuvo la ilustradora rosarina María Luque, o incluso las residencias que ofrece a creadores el Malba en la ciudad de Buenos Aires, por donde pasó el escritor español Javier Montes.
En una atractiva construcción diseñada por el artista Edgardo Giménez, de vibrantes verdes y amarillos en paredes y techo, enmarcada en un antiguo pueblo de pescadores junto al mar, un entorno rodeado de naturaleza y playa, se ubica Casa Neptuna, proyecto impulsado por Faara (Fundación Ama Amoedo Residencia Artística) que estrenó en noviembre pasado y ofrece un espacio de investigación, trabajo y reflexión creativa, durante seis semanas, en José Ignacio.
“Una de las primeras cosas que ocurre cuando llegás a Neptuna es que tenés que bajar 80 cambios naturalmente, sobre todo si venís de ciudades como Buenos Aires, con mucho ruido. Acá hay un silencio total y las residencias se hacen fuera de la temporada alta para que no coincidan con el turismo y puedas disfrutar de la soledad, cuando no hay nadie en la playa. Y en el pueblo sólo te encontrás con locales”, detalla a Télam Violeta Mansilla, curadora y directora de la residencia.
Hay dos habitaciones (para que residan dos artistas por vez) y un taller compartido en lo que antiguamente era el garaje de esta casa, en un marco de quietud ideal para abocarse al trabajo, además de algunas clases de yoga, encuentros con curadores y especialistas para conocer la historia del arte local, y la posibilidad de contemplar todos los días la puesta del sol sobre el mar, en la playa que se ubica a pocos metros.
Un comité que integran Magalí Arriola (directora del Museo Tamayo de México), Inti Guerrero (director artístico de Bellas Artes Projects de Filipinas) y Aimé Iglesias Lukin (directora de Americas Society de NYC) seleccionaron los primeros residentes de Neptuna: Marcela Sinclair (Argentina) y Sofía Gallisá Muriente (Puerto Rico). A partir del 21 de febrero, serán parte de la experiencia la colombiana Liliana Angulo Cortés y la argentina Adriana Bustos. Luego, el 14 de septiembre será el turno de Andrés Bedoya, de Bolivia, y Noé Martínez Flores, de México. Además, los seis artistas participarán en una exposición grupal en Miami, en el marco de Miami Art Week 2022.
“Lo que llevó a Amalia a armar este proyecto fue la idea de pensar en cómo cooperar con los artistas y el ecosistema del arte de otra forma que no sea a través de la adquisición de obras, sino apoyando el proceso creativo. Y esta es una manera concisa y sólida de hacerlo”, añade Mansilla.
Neptuna “inspira”, dice la curadora -que también coordina las actividades y la programación diaria de la residencia- sobre esta plataforma para que artistas latinoamericanos se alejen de sus rutinas diarias y tengan un tiempo y espacio para pensar y crear sin distracciones. El nombre es una variación femenina de la denominación del dios romano de los mares, Neptuno, y una oda al paisaje marino de José Ignacio.
En las afueras de Punta del Este, Uruguay, se erige esta casa de 139 metros cuadrados, ubicada dentro del bosque, junto al mar. Si bien los colores vibrantes del exterior del edificio dialogan con el paisaje circundante, su interior es predominantemente blanco neutro, creando una atmósfera luminosa y pacífica, para no interrumpir el desarrollo creativo de los artistas.
“Los residentes no deben entregar un proyecto final así que el impacto de la estancia es muy positivo. La idea es justamente salir de ese circuito de tener un producto final. Y al ser de a dos, impulsa a conocer otra forma de pensar el arte, en una zona que es de pescadores, donde todo tiene que ver con la naturaleza, el arte de la zona es de muchas esculturas. Es un respiro a lo que estamos acostumbrados en el arte contemporáneo. Y de manera indefectible los residentes se impregnan del entorno, se vinculan con lo local. Incluso, los primeros residentes presentaron su trabajo en el Museo de Artes Visuales de Montevideo”, refiere Mansilla.
Un bloque de tiempo inmenso
Cerca de la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil, se encuentra la residencia para artistas Sao José do Vale do Río Prieto: “La primera vez que fui a la residencia duraba un mes. Éramos cerca de diez residentes de varios países y de distintas disciplinas. Cada uno trabajaba en su propio proyecto pero también surgieron colaboraciones”, recuerda la ilustradora María Luque (foto) a Télam sobre este espacio que funciona en una antigua estancia cafetera del siglo XIX, en un entorno de ensueño, desconectada de la ciudad, sin internet ni teléfono.
“Cada semana parecía un bloque de tiempo inmenso y podía ver cómo iban cambiando los dibujos. No teníamos que preocuparnos por cocinar, ni por ninguna cuestión doméstica, entonces la mayor parte del día la pasaba dibujando”, relata Luque, autora de libros maravillosos como “La mano del pintor”, en el que abordó en clave de ficción el particular vínculo que la unía con el artista Cándido López, quien retrató la Guerra de la Triple Alianza desde las trincheras y aprendió a pintar con una sola mano.
Luque volvió una segunda vez en 2018, para una edición especial de verano cuando la residencia duraba tan solo nueve días, y esta vez la convivencia fue con 30 residentes de disciplinas distintas. De allí surgió la siguiente exposición de la artista, “Lejos de internet”, en galería Mar Dulce, un conjunto de pinturas que retrataban en gouache sobre papel los rincones de aquella casa, los objetos de los demás residentes: libros, materiales de trabajo, mesas repletas de cosas, tazas de café y muchos instrumentos musicales.
“Creo que estar lejos de casa, de la ciudad y en un lugar donde no hay interrupciones, como mails de trabajo, favorece mucho la creatividad. Las conversaciones con los otros residentes, ver cómo trabajaban ellos también era muy inspirador. En esa edición éramos varios dibujantes y pasábamos muchas horas juntos, charlando o en silencio, tomando café y comiendo chocolates. Algo de esas conversaciones se iba infiltrando en los dibujos”, confiesa la creadora del libro ilustrado “Noticias de pintores”, una peculiar historia del arte narrada a través de 95 pintores, dibujados solamente en tonos rojos y azules.
El impacto de aquella residencia, de algún modo, originó en la obra de Luque una suerte de culto a los objetos más rudimentarios de nuestra cotidianeidad, un homenaje a los aromas, sabores y texturas de la vida analógica.
“Lo que más noté fue cómo cambió mi uso del color. Antes de ir a esa residencia estaba casi siempre dibujando con líneas negras y algunos colores de vez en cuando. En Sao Joao el color estaba presente por todas partes, en las frutas, en la mesa del desayuno, las flores, el papel tapiz de las paredes”, recuerda la dibujante.
El Malba, un espacio clave de la vibrante Buenos Aires, convoca cada año, desde 2017, a una residencia para escritores extranjeros que pasan cinco semanas en la ciudad para trabajar en un proyecto propio, en el contexto de la escena cultural local. La REM, Residencia de Escritores Malba, lanzará a mediados de marzo la convocatoria para 2023 mientras que este año tienen previsto recibir a los autores ganadores de 2020, confirma a Télam Magdalena Arrupe, de Malba Literatura.
Un gran regalo de tiempo
Es justamente en esta residencia que nació el ensayo “El misterioso caso del asesinato del arte moderno“, del español Javier Montes, en el que toma los elementos de la clásica trama policial para narrar cómo el francés Marcel Duchamp -creador de los ready made- dio muerte al arte moderno y al mismo tiempo alumbró el nacimiento del arte contemporáneo (publicado por editorial Wunderkammer).
“La experiencia fue buenísima: el equipo al completo de Malba Literatura se volcó en que mi estancia fuese provechosa y estimulante. Además de la presentación de mi obra, coloquios, encuentros informales con otros autores, fuimos -como también me intereso por las artes visuales- a estudios de artistas como el de la gran Marta Minujín, o visitamos la casa de Xul Solar en El Tigre. Estaba alojado en un agradable piso en Palermo con luz y silencio y condiciones óptimas para trabajar tranquilo. Pues nada, no hace falta decir que fueron seis semanas magníficas que dieron fruto”, manifiesta Montes a Télam.
Durante su estancia en Buenos Aires, el escritor español especializado en crítica y curaduría de arte contemporáneo, terminó de escribir la novela “Luz del Fuego” (cuyo título alude al apodo que recibió una leyenda del carnaval de Brasil, asesinada de manera violenta) y dio forma al ensayo “El misterioso caso del asesinato del arte moderno”. Ambos libros se publicaron al año siguiente.
“Las residencias literarias son un gran regalo de tiempo, de espacio mental para el trabajo, de bienvenido cambio respecto a la rutina habitual”, sintetiza Montes, autor también de la novela “Varados en Río”.
¿La cultura del lugar de la residencia se impregna en el proceso creativo? “Depende -evalúa-: hay residencias campestres, aisladas, a las que uno va sabiendo que obtendrá silencio y tiempo, ese bien preciadísimo. En el caso de la del MALBA, yo creo que la ciudad de Buenos Aires, ese locus fundamental de la literatura moderna mundial, y la cultura porteña (librerías, teatros, tertulias, boliches) son parte indisoluble de la experiencia. Creo que es bueno ir a ella con ganas de trabajar, sí, pero también de empaparse de todo y de echarse a las calles como si no hubiera un mañana”.
Télam.